Producto .3 LÍQUIDO NEGRO (Hermanos Alquézar)


– El capitán ha desparecido.
– Tonterías. Estará en su camarote.
– No está en su camarote. La puerta estaba abierta y hemos entrado. No estaba.
– Pues estará por algún rincón del barco. A veces se da una vuelta a estas horas.
o.  se da una vuelta.
ro y no estaba. – No está en ningún lado, lo hemos recorrido todo.
– El barco es grande…
– Cada centímetro, hemos mirado en cada rincón. No está. Ha caído al mar.
– Tonterías.
El oficial se levantó perezosamente de la cama y comenzó a vestirse mientras refunfuñaba:
– Tonterías, tonterías… ¿Cómo se va a caer al mar? ¡Absurdo!
– No está en el barco – insistía el marinero.
– Mis cojones.
Ya vestido, el oficial salió del camarote seguido del marinero. Otros marineros estaban de pie en el pasillo sin saber qué hacer.
– ¿Están todos aquí? – preguntó el oficial.
– Faltan Almendros y Bušić. Han ido a mirar a la sala de máquinas.
­– ¿Bušić?
– El croata.
– Ah… Bien, bien. A ver quien me invita a un cigarro mientras les esperamos…
Varios marineros sacaron tabaco, circularon un par de encendedores, y todos  comenzaron a fumar en silencio.
Aparecieron Almendros y Bušić por el fondo del pasillo.
– No hemos encontrado nada –dijo Almendros. – En la sala de máquinas no hay nadie.
– En algún sitio tendrá que estar.
– Quizás deberíamos…
– ¡No me vengas otra vez con que se ha caído al mar, Romano!
– Ya pero…
– Está en el barco. Tiene que estar. Dejadme pensar un momento.
El oficial su puso a caminar pasillo arriba y abajo, fumando a caladas cortas. Los marineros le seguían con la mirada como si fueran metrónomos humanos. Uno de ellos levantó la mano, pero como el oficial no parecía darse cuenta, acabó por decir:
– ¿Y sí…? ¿Y si el capitán… nos está esquivando o algo?
El oficial detuvo su deambule y estudió fijamente la cara del marinero que había hablado.
– ¿Esquivarnos? ¡Esquivarnos! ¿Quieres decir que se está escondiendo?
– Bueno, s-sí…
– Mmh… ¡Romano! ¿Dijiste que la puerta de su camarote estaba abierta?
– Sí, señor.
El oficial arrojó el cigarro y lo apagó con el pie.
– Venid conmigo.
Los marineros formaron fila india y le siguieron.
Llegaron al camarote del capitán. La puerta estaba cerrada. El oficial llamó golpeando con los nudillos.
– ¡Capitán! ¿Esta ahí? ¡Capitán!
Pasaron unos segundos sin respuesta.
– ¡CAPITÁÁÁN!
El oficial chasqueó la lengua y abrió la puerta. Entró en el camarote y echó un vistazo. No había nadie. Chasqueó la lengua de nuevo. Tras unos instantes de reflexión asomó la cabeza por el pasillo y dijo:
– Entrad. ¡Entrad todos!
Los marineros obedecieron y fueron entrando. Pasó un buen rato hasta que el último pudo cruzar la puerta, el espacio era tan reducido que cada vez que entraba algún marinero tenían que redistribuirse los demás para hacerle sitio.
Una vez estuvieron todos dentro, el oficial puso los brazos en jarras y preguntó:
– ¿Veis al capitán? ¿Está el capitán en su camarote?
Los marineros se miraron los unos a los otros sin saber que contestar.
– ¿Está o no está? – insistió el oficial.
Unos pocos negaron con la cabeza, cosa que pareció satisfacer mucho al oficial. Una sonrisa curva apareció en su rostro. Abrió espacio entre los marineros de alrededor suyo apartándolos con la mano y se agachó hasta ponerse a cuatro patas. Miró entonces debajo de la cama.
– ¡Capitán! ¡Salga de ahí, capitán!
A algunos marineros se les escapó la risa, tomando aquello como una broma, pero se quedaron mudos cuando vieron asomarse por debajo de la cama una cabeza con pelos blancos.
– ¡Salga de allí, capitán!
El hombre canoso se arrastró torpemente por el suelo mientras los marineros y el oficial se apretujaban formando un círculo para dejarle sitio. En cuanto consiguió salir por completo de debajo de la cama un par de marineros le agarraron por las axilas y le ayudaron a ponerse en pie.
Los marineros contemplaron en silencio al viejo. Llevaba la camisa abierta, el pelo alborotado, el rostro muy pálido y los ojos hundidos, rodeados de piel amoratada. Los labios estaban manchados de color negro y dibujaban la sonrisa nerviosa de los niños cuando se les sorprende cometiendo una travesura.
– ¿Ha estado bebiendo vino, capitán? – dijo el oficial dándole ritmo infantil a la pregunta.
– N-no…, no. Vino no – contestó el hombre mordiéndose el labio inferior.
Romano agarró entonces al oficial por las solapas del uniforme y lo atrajo hacia sí en un gesto brusco.
– ¿Qué coño está pasando aquí? – le preguntó mirándole fijamente – ¿Quién es este hombre? ¿Dónde está el capitán?

Hermanos Alquézar, 2016
ordieendose el labio inferior. de niño travieso